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La LIGA coka EJEMPLO A NO SEGUIR

Fuerteventura - Redacción



A veces, el brillo y la espectacularización del deporte profesional eclipsa el verdadero espíritu del juego: ese que se forja en las calles, en las canchas municipales y en ligas pequeñas, espontáneas y profundamente humanas. Hoy, resulta innegable que el deporte amateur, pieza clave en la formación integral de los ciudadanos, está siendo dejado de lado en favor de una pseudoprofesionalización que beneficia a ligas federadas y a clubes privados, y que, en ocasiones, utiliza espacios públicos –como los pabellones que pagamos todos los contribuyentes– para albergar competencias que, paradójicamente, mantienen alejados a quienes más pueden ganarle en sentido de inclusión y crecimiento personal.

Durante décadas, los ciudadanos encontraron en el deporte amateur un espacio de encuentro, de identificación y reconstrucción social; fue en esas competiciones donde se forjaban amistades, se impulsaban valores y se despertaba el deseo de superación en un marco comunitario. Sin embargo, la creciente inversión en ligas y competiciones de alto perfil, gestionadas en exclusiva por federaciones y clubes privados, ha provocado el olvido de aquellas iniciativas locales que no contaban con el respaldo económico o institucional para competir en igualdad de condiciones.


Un triste ejemplo de este proceso de marginación se dio en Fuerteventura. La denominada “Liga Coka”, que durante años fue el punto de encuentro para equipos y peñas aficionadas, reunió a cerca de 12 equipos caracterizados por su espíritu comunitario y su pasión irreprimible. Esta liga simbolizaba la lucha contra la sistemática exclusión del deporte amateur; sin embargo, ante la falta de espacios adecuados y el continuo preferencialismo hacia estructuras federadas, la Liga Coka se vio forzada a cesar sus actividades en el año 2003. Con su desaparición se cerró una puerta para el desarrollo social a través del deporte y se dejó un vacío que difícilmente se puede suplir con la fría eficiencia de las competiciones profesionalizadas.


La ironía es mayúscula: utilizamos dinero de los contribuyentes para mantener instalaciones modernas y de alta calidad que, en muchos casos, se destinan a albergar eventos de clubes que operan en un modelo de pseudoprofesionalización. Este modelo, en lugar de fomentar la integración y el desarrollo personal a través del deporte, se centra en la mercantilización, en el rendimiento por encima del placer de jugar y en el espectáculo, dejando al deportista aficionado sin un espacio digno para disfrutar y crecer. El resultado es, sin duda, la erosión de una cultura deportiva que alguna vez fue el alma de muchos barrios y comunidades.

El destino de la Liga Coka es, lamentablemente, el reflejo de una tendencia preocupante en el panorama deportivo actual. Mientras algunos celebran las inversiones en grandes infraestructuras y competencias de alto nivel, se olvida que el deporte, en su forma más pura, es también una herramienta esencial para el desarrollo integral del ciudadano. Como sociedad debemos cuestionar estas prioridades y luchar por recuperar aquellos espacios donde el juego, la pasión y la comunidad se unan para formar parte de nuestro patrimonio social, en lugar de ser relegados al olvido por intereses que, en última instancia, benefician a unos pocos y dejan de lado a la mayoría.

La historia de la Liga Coka nos invita a reflexionar sobre lo que perdemos cuando dejamos de apostar por el deporte amateur. No se trata únicamente de competir en un campo, sino de construir comunidades, de fomentar valores y de garantizar que el deporte sea un derecho accesible para todos, sin importar su nivel o su apoyo institucional. Quizá sea momento de repensar el destino de nuestros recursos, para que, junto a las grandes competiciones, también encuentre cabida el humilde pero esencial fútbol de barrio, donde la pasión y el civismo se transforman en la base del desarrollo social.

 
 
 

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